Clara vive en Mendoza, al sur de la ciudad capital, en Luján de Cuyo. De su matrimonio de 48 años, nacieron cuatro hijos y seis nietos. Rodeada de bodegas y viñedos, como ella nos describe, su lugar en el mundo está de espaldas a la cordillera. En esta conmovedora vivencia, ella nos cuenta el momento que atraviesa: vender la casa en la que ella y sus hermanos crecieron, donde están “los recuerdos de mamá”.
– Llegó la hora… Tenemos que vender
– ¿Qué?
-La casa de mis padres. Mi casa. La casa en la viví hasta que me casé. Esa casa llena de flores en verano, con un parral que daba uva negra, blanca y moscatel. Un amplio patio de baldosas rojas brillantes, de tanto limpiar.
Se van alejando nuestros recuerdos, recuerdos de muchas risas y de algunas lágrimas. Mis hermanos y yo fuimos muy felices ahí, crecimos en una casa donde había más alegrías y fiestas. Por cada acontecimiento que había en la familia, mi mamá armaba una reunión, hasta invitaba a algunos vecinos. El patio es grande, ¡cuántos bailes tuvo ese espacio, cuántas reuniones! Cuando era niña, nos sentábamos con mi mamá para secarme el cabello largo y rubio rojizo al sol. Ese era mi secador de cabello, mientras mamá escuchaba las novelas en la radio, ¡cómo me gustaba! En “el gran fondo”, como le decíamos, ¡qué bello es! Está su horno a leña para ricas y jugosas empanadas.
– Llegó la hora… Tenemos que vender
Nos repartimos las cosas. Desarmamos la casa de nuestros padres. Ellos ya no están, dejaron este mundo hace años, pero siguen en nuestros corazones y no se van a ir jamás, fueron excelentes padres y les doy las gracias de lo que ellos hicieron por nosotros. Hoy somos los hijos que ellos formaron; mis hijos, los seres que nosotros formamos; y los nietos, los que ellos forman. Mamá y papá viven en cada uno de nosotros.
– ¿Qué heredé de la casa de mis padres?
– La mesa, ¡Uh! ¡Cuánto debo hablar sobre la mesa!
-¿Qué tiene esa mesa?
– Es marrón, de nerolite, simple como fuimos siempre. Fuimos una familia de clase media, nunca nos faltó la comida en la mesa. Mi mamá amasó tanto en esa mesa, ¡cuántos recuerdos alrededor de ella! ¡Cuántas empanadas hizo en esa mesa, cuántas facturas, alfajores de maicena!¡Cuántos mates tomamos con largas charlas y recuerdos!
La mesa de nerolite marrón, extensible, de patas de caño. La estirábamos porque se agregaba gente a comer. Según el lugar en el que siente en esa mesa, evoco un recuerdo diferente: veo a mi mamá en distinta dirección. ¡Cómo me gustaría volver a estar con ella ahí! Y que ella me cuente cómo disfrutó de esa mesa, aunque con solo mirar ese mueble me cuenta cosas sin que se las pregunte. La heredé. Es mía. Solo la ocupo cuando la necesito, pero veo a mi madre desayunando su rico café con leche, con tostadas y mermelada de membrillo hecho por ella.
También heredé una fuente enlosada, color amarillo. Me acuerdo de las comidas que sirvieron en ella. Aún percibo el aroma del puchero, y un guiso de chauchas y papas. Me arrepiento de no saber hacerlo, nunca le pregunté cómo lo hacía.
Heredé las sillas, aun las conservo iguales. No cambie su tapizado.
Mi madre. Aprendí tanto de ella, soy tan parecida, y me da orgullo. Mi madre fue una gran mujer, madre y esposa, suegra, amiga, cuñada ¡Te vuelvo a decir adiós, mamá! Mi vida es un recuerdo permanente que no quiero borrar. La veo todos los días y a toda hora. Le hablo en silencio, le cuento que tengo que hacer conocer su historia, que no me la tengo que llevar conmigo. Tienen que saber que su historia no se fue con ella, se quedó conmigo.
***
Este relato está hecho con mucho cariño, brotó desde mi corazón, con palabras fáciles, como soy yo, simple. No me dedico a escribir, lo hago cuando lo siento, como ahora que voy a vender la casa de mis padres, donde hay tantos recuerdos bellos, y hoy estoy preparada para decir “ADIOS”. Y agradecer por lo feliz que fui en esa casa, mis hijas también. Estoy en paz, la casa de mis padres quedará siempre en el recuerdo de la familia; más allá que quienes la compren la dejen como está, la reformen o solo usen el espacio para algo nuevo.
Clara Ester Rodríguez, 70 años, Luján de Cuyo, Mendoza.
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